Ahora vuelve a ser el momento para ensanchar la agenda de la tecnociencia. ¿Qué mejor que redefinir la ciencia y la tecnología como "artes"?
Las raíces occidentales de la tecnociencia son el concepto griego de la "techne" y su equivalente latino "ars". Estas raíces hablan de un estrechamiento de la definición en los tiempos modernos, una clase de estrechamiento que deshumaniza la tecnociencia reduciéndola a programas de racionalidad meramente instrumental. Sin embargo, en un sentido más amplio "techne" y "ars" significaban arte, oficio y ciencia, una especie de sabiduría práctica que implica tanto hacer (la aplicación de la técnica mediante el uso de herramientas) como razonar (entender los principios que subyacen al mundo material y natural). Estas artes son el artificio humano y el resultado siempre está imbuido de valores estéticos ―las otras artes―, humanos e instrumentales. Es un artificio que no puede ser sino humano, en la totalidad del ser de nuestra especie.
De hecho, es muy posible que nuestros tiempos exijan esa redefinición. Las nuevas tecnologías y ciencias de la informática, por ejemplo, están imbuidas en enorme medida del aspecto humano de las humanidades: los diseños antropocéntricos dirigidos a hacer más utilizable el equipo, la estética visual de los diseños de pantalla, los juegos de palabras de la búsqueda y el etiquetado, los protocolos y ontologías de designación de la red semántica, las arquitecturas de información de las nuevas representaciones de los medios de comunicación, la accesibilidad y manipulabilidad de combinaciones de información que vuelven nuestra inteligencia humana irreductiblemente colectiva, y la literariedad del código que rige todo esto. De igual manera, las nuevas tecnologías y ciencias biomédicas simulan de manera única lo humano, si se consideran, por ejemplo, la ética de las biociencias y biotecnologías o la sostenibilidad de la presencia humana en los ambientes naturales.
Hoy más que nunca, las cuestiones de lo humano surgen en el ámbito de la econoproducción e imbrican profundamente los intereses, necesidades y propósitos humanos.
Volviendo una vez más a las raíces, el griego "oikonomi" o el latín "oeconomia" integran lo humano de maneras que hoy se pierden con demasiada facilidad en medio de las concepciones modernas más estrechas de la econoproducción. En el mundo moderno, "economía" y "producción" han llegado a designar la acción y la reflexión pertenecientes a los ámbitos del trabajo remunerado, la producción de bienes y servicios, y su distribución e intercambio comercial. En su origen etimológico, sin embargo, encontramos un campo de acción más amplio: el campo del sustento material, la domesticidad (el griego "oikos" = hogar, y "nemein" = administrar), el trabajo como proyecto colaborativo de satisfacer las necesidades humanas, y el ahorro, no sólo como medio para vigilar los balances finales, sino para conservar el esfuerzo humano y los recursos naturales.
Hoy más que nunca, las cuestiones de lo humano surgen en el ámbito de la econoproducción e imbrican profundamente los intereses, necesidades y propósitos humanos. Con base en las percepciones profundas de las humanidades y en un sentido renovado de lo humano, podemos, por ejemplo, atender las urgentes cuestiones de la globalización económica y los significados y consecuencias posibles de la "economía del conocimiento".
¿Y qué hay de las humanidades en sí y para sí?
En el mundo ajeno a la educación y la academia, las humanidades son consideradas por sus críticos, en el mejor de los casos, esotéricas y, en el peor, efímeras. Parecen tener menos valor práctico que los campos de la tecnociencia y la econoproducción.
Pero ¿qué puede ser más práctico, de mayor relevancia directa para nuestra propia existencia, que las disciplinas que cuestionan la cultura, el lugar, el tiempo, la subjetividad, la conciencia, el significado, la representación y el cambio? Estas disciplinas se llaman a sí mismas antropología, arqueología, pintura, comunicación, artes, estudios culturales, geografía, gobierno, historia, idiomas, lingüística, literatura, estudio de los medios de comunicación, filosofía, política, religión y sociología. Este ya de por sí es un programa ambicioso antes de considerar siquiera las ciencias sociales y las profesiones de servicio a la comunidad, que con la misma justificación pueden considerarse estrechamente relacionadas con las humanidades, e incluso materias de las humanidades entendidas más ampliamente.
En este panorama tan generalizado, el Congreso de Humanidades, la Colección de Revistas, la Editorial de Libros y el Blog de Noticias tienen dos intereses particulares:
Interdisciplinariedad: Las humanidades son un campo de aprendizaje, reflexión y acción que requiere un diálogo entre las epistemologías, perspectivas y áreas de contenido que definen las disciplinas.
Globalismo y diversidad: Las humanidades deben considerarse un espacio que reconoce la dinámica de las diferencias en la historia, el pensamiento y la experiencia humanos, y que sortea las paradojas contemporáneas de la globalización. Lo anterior sirve como correctivo de anteriores modos de pensar de las humanidades, en los que se hacían esfuerzos unilaterales por obtener la esencia singular de una agenda del humanismo.
Las humanidades demuestran su valor en espacios perturbadores. Estos ámbitos requieren diálogos difíciles, y aquí las humanidades se ponen de relieve. Es en discusiones como ésta donde podemos liberarnos de los sistemas de conocimiento restrictivos y estrechos de la tecnociencia y la econoproducción.
Los debates en el congreso y las publicaciones de las revistas, series de libros y la comunidad online van desde lo amplio y especulativo hasta lo microcósmico y empírico. Sea cual fuere su alcance o perspectiva, la preocupación fundamental es redefinir lo humano y organizar la defensa de las humanidades. En un momento en que los racionalismos dominantes siguen un camino que a veces parece llevar a la humanidad a extremos menos que satisfactorios, las disciplinas de las humanidades replantean cuestiones fundamentales de lo humano, por motivos tanto pragmáticos como redentores.
¿Los medios electrónicos anuncian la muerte del libro? Para responder esta pregunta es necesario reflexionar en la historia y la forma del libro, así como en los textos electrónicos que, según se dice, plantean una amenaza. Y nuestra conclusión bien puede ser que, antes que ser eclipsado por los nuevos medios, el libro prosperará como artefacto cultural y comercial.
Desde el punto de vista tanto oriental como occidental, el libro es un antiguo medio de representación. En China, el papel se inventó en el año 105; la impresión por bloques de madera, a fines del siglo VI; la encuadernación, hacia el año 1000; y Bi Sheng inventó los tipos móviles en 1041. En Europa occidental, el códice, o manuscrito encuadernado surgió en el siglo IV, y Johannes Gutenberg inventó los tipos de metal y la imprenta en 1450. A cincuenta años de la invención de Gutenberg, había talleres de impresión en toda ciudad y población importante de Europa y se habían impreso ocho millones de volúmenes que comprendían veintitrés mil títulos.
La consecuencia fue un nuevo modo de representar el mundo. Los índices ordenaban el contenido textual y visual de manera analítica. Surgió una tradición de bibliografía y citación en la que se distinguía entre la voz y las ideas del autor y la voz y las ideas de otros autores. Se inventaron el copyright y la propiedad intelectual. Y las lenguas escritas modernas de amplio uso adquirieron predominio y se fijaron, junto con ortografías normalizadas y diccionarios alfabetizados, desplazando una miríada de lenguas minoritarias y dialectos locales escritos.
Las repercusiones fueron enormes: la educación moderna y el alfabetismo masivo, el racionalismo del conocimiento científico, la idea de que podía haber un conocimiento objetivo del mundo social e histórico, el Estado nación de individuos intercambiables, la figura del escritor individual creativo. Todas estas son, en parte, consecuencias del ascenso de la cultura del libro y dan a la conciencia moderna gran parte de su forma característica.
Hoy nos encontramos en la cima de otra transición revolucionaria o, por lo menos, los números nos dicen que lo estamos. Dentro de las dos décadas que siguieron a su invención, una porción considerable de la población mundial se ha conectado a la internet. Casi no hay un lugar en el mundo donde no sea posible conectarse a la web. Se han publicado miles de millones de páginas.
Nos vemos así lanzados a un nuevo universo de medios de comunicación textuales. Los comentaristas nos hacen promesas alternativamente utópicas y apocalípticas. Dejando atrás el mundo lineal del libro, hablan de hipertexto y lecturas no lineales, de antiguos lectores pasivos de libros cuyas obstinadas decisiones de navegación los han convertido en usuarios activos de textos, y de la representación de mundos virtuales en que lo distante se nos muestra de cerca, al instante y de manera palpable. En momentos sombríos, también hablan de una nueva desigualdad: la desigualdad de la información que se deriva de la "división digital". Y hablan de un mundo de menor interacción humana, en la medida que las personas sedentarias se encuentran cada vez más atadas a las máquinas.